A los 18 años, cuando era una joven estudiante de periodismo trabajaba para algunas revistas para tener mi propio dinero y no depender de mis padres. Creo que era una joven entusiasta y recuerdo haberme metido en lugares que hoy me resultan inverosímiles.
Estas son algunas de las notas que tomé en el Hospital Neuropsiquiátrico Borda, una mole de cemento gigante que aloja a enfermos psiquiatricos y delincuentes ininputables.
Allí residen 1000 personas con el presupuesto de 500. Muchos han sido dados de alta pero no tienen dónde caerse muertos y prefieren quedarse.
Todos los sábados, en el centro de esta prisión funciona la Radio Colifata.
La idea surgió del ingenio de un joven estudiante de psicología, Alfredo Olivera, hoy director de la emisora.
La radio comenzó sin otro equipo que un grabador registrando las opiniones de los internos. Fue así como espontáneamente la gente comenzó a llamar, a hacer preguntas que los mismos internos contestaban.
Se había abierto una brecha entre los que estaban de uno y otro lado del muro.
“Yo sufro espantosamente y parece como si la propia ley natural violentara mi naturaleza”.Escuche las razones de la locura, dice Garcés, el filósofo de “La Colifata”. Locoleón, el apodo que el mismo se puso, afirma que no lo ofende en absoluto que lo llamen esquizofrénico, paranoico, psicótico o colifato. Mientras habla tiene en las manos unas hojas con aforismos de su autoría donde se puede leer que “las razones del genio son superiores a las razones del sentido común, incluso cuando el genio también es un loco”.”Para mi la radio no es una fuente de ingresos –aclara-. Lo que me deja este trabajo es ser conocido, porque soy un muerto en vida al estar internado”. Dice que ha leído libros de Roland Reid, uno de Lacan “que no me impactó para nada”, Freud, César Castillo, Jung, Adler y otros que no recuerda. Luego se aleja con su bolso cargado de anotaciones de los últimos tiempos para sumarse al grupo que como todos los sábados se reúne en el Hospital Borda para hacer una “radio de locos”.
Antes de comenzar el programa pautan qué irá en vivo y qué podrán escuchar los que se encuentran en el hospital o en las manzanas linderas.
Es sábado a la tarde y el lugar parece haber cobrado una vitalidad inusitada. Los internos disfrutan de día soleado recibiendo visitas y participando de los talleres recreativos organizados por Cooperanza. La radio está situada en el patio de hospital bajo el único árbol, un punto estratégico para que todos puedan intervenir. Carmen, una ex paciente, lee los titulares del día. A continuación cada uno de los participantes de La Colifata comentara la principal noticia de la semana.
“Para mí el tema de la semana es la comida, que viene horrible” se queja uno de los pacientes, a lo que otro agrega “la comida se tira porque no se come” y comienza el debate. “Alguien tiene un cigarrillo?, interrumpe Ricky Bolero encargado de presentar una canción de un cumbiantero “¿Te gustó?”, me pregunta.
Hay un momento particularmente emotivo cuando Carlos Alberto, entre sollozos, pide a Maria Florencia – su hija que siempre lo escucha por la radio- recordarle a su hermano Martin que lo vaya a visitar. “¡Nada más quiero ver a mi hijo!” grita desconsolado y se va. “Vení”, le pide Olivera. “¿Alguien le quiere decir algo? “Sí señor – dice Garcés-. Lo comprendo porque yo estoy en una situación parecida. Pocos me visitan y cuando vivían mis padres ellos venían todos los días. Ahora me siento cada vez más sólo, sobre todo porque ahora estoy solo habiendo estado antes acompañado”.
“La mía –cuenta otro de los pacientes- fue una experiencia de comunicación con el exterior del cual estaba separado a través de este muro. Un día mis familiares me escuchan y se enteran que estoy internado. Fue una noticia dulce volver a verlos y una amarga enterarme que había perdido a mi madre hacía cinco meses. ”.
Trinity “ex cliente – aclara – porque sin nosotros no existirían los hospitales ni los médicos. La radio consiguió lo que no pudo ningún medicamento: me levantó el espíritu, me hizo sentir útil y me dio un reconocimiento que yo no esperaba entre mis amigos y familiares.
El día se acaba. En la radio suena “Balada para un loco”, todos cantan, hablan de futbol y fuman.
Los psicólogos recogen los equipos. Nadie me pregunta nada, soy una estudiante de periodismo tomando notas en una prisión de locos.
Cruzo el patio y comienzo a caminar por un pasillo como los de las películas de miedo. No hay enfermeros ni médicos.
¿Como te llamas? Indaga de pronto un hombre de unos sesenta años. Aquí adentro es difícil distinguir quien está loco y quien no.
Natalia, le digo ¿y vos?. Pero no me escucha y se va cantando “Natalia, en esta tarde gris, qué ganas de llorar, en esta tarde gris”